Copio y pego de un comentario mío en Prog Circle (Facebook).
Ahora resulta que el nuevo disco de David Bowie es su último disco y, de alguna manera, tanto un testamento como la evidencia de que es posible atravesar las adversidades y, como en ciclismo, ganar la etapa con la llegada en alto. Hacerlo con un cénit creativo, con un golpe en la mesa, con un golpe de autoridad. "!Me muero, pero no estoy acabado, ni mucho menos" -podría ser un pensamiento. Es casi como morir en el camerino escuchando el aplauso del público.
Pues si, siendo triste el asunto, no deja de ser algo hermoso que alguien, después de tantísimos años, se pueda despedir tan "a lo grande".
Además, me alegro de que todos los comentarios laudatorios ante tan fantástico último álbum fueran pronunciados antes de tener la más mínima noticia de que iba a producirse este desenlace y no como consecuencia de él, ya que es frecuente que, a posteriori, todo parezca estupendo.
El disco es una maravilla, per se, al margen de las condiciones personales y físicas, pero es que, además, ahora, conociéndolas, adquiere todavía una dimensión mayor. Que el resultado del trabajo de estos meses, en los que Bowie era consciente de que se moría, sea algo de la magnitud de Blackstar es algo alentador. Algo que da mayor coherencia, si cabe, a toda una carrera que, con sus altibajos (que los ha tenido) ha sido ejemplar.
Hay gente que ha muerto en la plenitud de su arte, pero, generalmente, eran personas jóvenes que, fruto de un accidente o del abuso de alguna sustancia pasaron a mejor vida, pero, que yo sepa, nadie, a edad tan madura, ha acabado... tan alto.
Echaremos de menos a Bowie, pero, sobre todo le echaremos de menos por lo más difícil, porque nos hemos quedado con ganas de más, de mucho más. No es sólo un reconocimiento al pasado sino el lamento por no tener más discos de la calidad de Blackstar.