El secreto
La total certeza de que ¨el perro¨ desciende directamente del dinosaurio, y viceversa, era algo que mi padre tenía muy claro.
No sé cómo lo sabía o de qué forma lo había averiguado, pero él estaba convencido de que así era. Y, a lo largo de nuestra juventud, lo había inculcado a quienes lo rodeábamos. Nos indicaba que observáramos sus patas, de unos pocos dedos con uñas en curva hacia abajo, las extremidades más fuertes atrás, el cuello largo, el hocico afinado.
En fin, de esa manera se podía describir a nuestro perrito, como a cualquier otro mientras es cachorro : de pelaje suave, oscuro, muy inquieto. Pero, obviamente, aquello no se hablaba del portón hacia afuera, ya que no podíamos arriesgarnos a la burla de los demás.
El tiempo fue transcurriendo. Y la situación cambió cuando empezó a crecer. Ni bien comenzó a perder el pelo, lo llevamos al veterinario. El hombre lo revisó y nos envió de regreso con unas pastillas rosadas para controlar la anomalía, seguramente sin saber de qué se trataba. Honestamente, confieso que se las dimos. Por lo menos las primeras dosis. Pero al advertir que resultaba infructuoso el intento, porque se le había caído todo el pelaje en pocas semanas, le evitamos al pobre animal la molestia de tener que tragárselas.
En lugar de la suave y brillante lanilla de los primeros tiempos, al can le había quedado al descubierto una gruesa piel, también oscura, mas rígida que la anterior. Sus patas traseras se robustecieron y el cuello se le estiró aún más. Muy pronto empezó a comer las hojas de los arbustos que nacían entre la hierba detrás de la casa.
No sé que fue lo que pensamos en aquellos tiempos, pero lo vivimos de manera silenciosa y resignada. Fueron meses de desesperanza, tal vez de decepción y de tristeza.
Se hacía evidente que ésa no era la vida apropiada para un dinosaurio pequeño. Así que, cuando murió, mi padre y mi abuelo debieron cavar un agujero enorme en algún lugar del terreno para darle sepultura. Luego nos juramentamos todos aquellos que sabíamos de ésto en la familia, para no decir ni una sola palabra sobre el animalito.
Al poco tiempo, abandoné la casa de mis padres y fui a vivir en otro sitio.