Todas las respuestas.
Martín era un hombre desgraciado. Al menos, así lo creía él. No tenía suerte, sus negocios no andaban bien, ni tampoco era feliz.
Atendiendo a su infortunada existencia, algún amigo le había aconsejado visitar a un gurú.
En una tarea nada sencilla, Martín recorrió ciudades. Luego pueblos. Finalmente, aldeas.
Hasta que dio con el paradero del gurú.
Después de un agotador recorrido a lomo de burro, llegó a la cima de una colina en medio de un bosque. Nada había allí, excepto una pequeña casa de madera rústica.
Golpeó sus manos, pero nadie lo recibió. Por ello decidió entrar, no sin disculparse en voz alta antes de ingresar.
Se encontró, de inmediato, con un hombre de espesa barba gris y ojos azules. El gurú aguardaba de pie frente a Martín. Éste lo saludó respetuosamente.
-¨Nada necesito¨, le dijo el gurú.
-¨Pues no es mi caso¨, contestó Martín. ¨Tengo muy mala suerte y no me va nada bien que digamos¨. Miró a su alrededor y observó que la habitación estaba vacía. Preguntó ¨¿No nos sentaremos a hablar?¨
-¨Es que lo tengo todo¨, continuó el gurú.
-¨Pero buen señor.... no me entiende: soy yo el que sufro...¨
-¨¿Qué ves detrás tuyo?¨, le preguntó el hombre de pie.
Martín ladeó la cabeza y miró el camino empinado que había recorrido para llegar hasta allí.
-¨El camino...eso... un camino¨.
-¨Éste es el final del camino. Nada menos.¨
-¨No entiendo...¨ dijo Martín.
En un repentino movimiento, el barbado individuo lo empujó con un brazo y lo hizo caer.
-¨¡Pero gurú, he venido por respuestas!. ¿Qué es ésto?¨
-¨Hemos terminado. Debes irte¨, le contestó el gurú.
Como Martín no se conformaba con esa extraña situación, el otro tomó un garrote del suelo y lo amenazó sin decir palabra.
Maldiciendo y gritando cualquier disparate, Martin se largó del lugar.
Cuando estaba retirándose, otro ¨sufriente¨ subía por la misma ruta. Al cruzarse con él, lo detuvo.
-¨¿Irás a encontrarte con el gurú? ¡Es un fraude, un engaño!¨
El hombre lo miró de pies a cabeza y casi con desprecio lo apartó del sendero.
-¨Quítate, que estoy dolido y enfermo. Y tú ya lo has visto¨.
-¨¡Al cuerno contigo!¨, le gritó Martín. Y continuó andando, alejándose de la casa de madera.
Algo más tarde, Martín estaba de nuevo como al principio. Pero la situación se había agravado, ya que su esposa no lo dejó entrar en la casa, porque no lo reconoció.
Por supuesto. Con esa espesa barba gris que ahora lucía y unos ojos azules que no eran los suyos, nadie podría.