Conocéis mi aversión por la música de Zappa, en la que he intentado entrar (infructuosamente) en numerosas ocasiones y en la que, como mucho, he logrado llegar a aceptar algunos de sus discos más jazzísticos (Hot Rats, Grand Wazoo, Waka Jawaka), sin que ninguno de ellos llegara realmente a causarme una impresión tan honda como para entender las filias que despierta este hombre.
Pero debería conocerme mejor a mi mismo y es que, con frecuencia, encuentro mayor placer en aquellos discos que están fuera del mainstreaming de popularidad. Especialmente en aquellos músicos o grupos a los que me incorporo recientemente y con mucha posterioridad a sus momentos de mayor gloria. Es lo que me ocurriera con Peter Hammill, por ejemplo, de quien me sigo declarando acérrimo seguidor a partir de sus primeros discos FIE, más que a partir de los clásicos de los 70.
Todo el mundo coincide en que el "gran Zappa" se da hasta 1979. Pues bien, tras intentar infructuosamente como digo, entrar en su música a través de sus primeros discos con los Mother o incluso de sus clásicos jazzísticos, me dije, voy a escuchar lo último que hizo.
Lo "último" en el caso de Zappa es difícil de definir, habida cuenta de que hay casi tantas ediciones postumas como en vida, que dejó composiciones y discos casi acabados que han salido con posterioridad y demás, pero, en todo caso, creo que este "Yellow Shark" es el último disco que salió estando él todavía con vida (si no es así, por favor que me perdonen y corrijan los conocedores).
Se trata, por otra parte, de un disco que representa una faceta inexplorada por mi de él, como es la de su composiciones clásicas.
Pues bien, creo que hay que ser honesto y si, anteriormente, he manifestado mi abierto rechazo a discos como "We're only in it for the money", justo es reconocer que, una vez escuchado éste... Diana.
El disco me parece excelente y, además, me ha sorprendido enormemente. Primero lo ha hecho por la indudable calidad de los temas, pero, sobre todo porque uno entiende el interés que directores tan emblemáticos como Boulez o Nagano manifestaran por un "músico de rock". Y es que aquí no estamos ante el típico disco de clásica que se marca un músico de rock.
ESe ejercicio lo han hecho muchos músicos de rock a lo largo de la historia. McCartney, Tony Banks, Steve Hackett, Jethro, Tull, Tory Amos, Sting y tantos otros han jugado en algún momento a convertirse en "músicos clásicos", escribiendo y grabando partituras para orquesta sinfónica o grupos de cámara. En todos ellos, en mayor o menor grado, nos encontrábamos con ejercicios que suponían trasponer composiciones "rock" a instrumentación clásica siguiendo patrones que por otra parte, parecían alejarse poco del tardoromanticismo. Salvo honrosas excepciones es como si el siglo XX no hubiera existido en el ámbito de la música clásica. Stravinsky parecía ser el tope máximo al que llegar y casi todos se abonaban a orquestaciones próximas a Vaugham Williams o Mahler.
Bien, aquí, por fin, nos encontramos ante un disco de música clásica atribuible a un músico de rock que no "juega a tocar música clásica" sino que se integra plenamente en la música contemporánea.
Hay ecos de Stravisky, Webern o Varese, desde luego, pero todo ello en una combinación auténticamente personal y fascinante.
Las interpretaciones son magníficas, la grabación también y tengo que reconocer que, al escucharlo, me he encontrado con una de las partituras clásicas que más me han intersado en los últimos años, sobre todo porque es una música alejada de cualquier convencionalismo. Lejos de encorsetar la música de rock al utilizar orquestaciones y formulaciones provenientes del ámbito tardoromántico, lo que hace es impulsar las composiciones más contemporáneas y vanguardistas con la inclusión de elementos de lo más variopinto.
Lo dicho, un disco que me gusta... mucho, aunque, seguramente, sea algo que sorprenda a más de uno.