El diluvio
Sinamon tuvo una visión.
Una noche, en un sueño, creyó ver con claridad la imagen de una catástrofe de proporciones universales : nada menos que ¨el diluvio¨ anunciado en la Biblia. Haciendo honor a su nombre, que según el lenguaje de los antiguos brujos del Monte Sánscrito significa ¨aquel que dejó de pensar¨, supuso que la mejor opción era dedicar su vida a la construcción de un arca.
El emprendimiento entusiasmó a muchas personas del pueblito, las que colaboraron para que en muy poco tiempo el proyecto estuviera finalizado. Orgulloso del logro obtenido, Sinamon se entregó a la tarea de llenar el arca con plantas de diversas hojas y colores y animales de dos y cuatro patas. Luego subió forrajes y abonos para que todos pudieran subsistir.
El asunto fue que, al final, nunca hubo un diluvio. Ni tampoco llovió demasiado. Las provisiones que esperaban bajo el sol dentro de la nave entraron rápidamente en estado de putrefacción. Y los animales ocasionaron un desastre general y terminaron escapándose. Una nube de intenso hedor se extendió sobre el pueblo y la gente comenzó a protestar y a exasperarse.
Varios vecinos se quejaron a viva voz y decidieron buscar al autor de todo aquello para darle una paliza. Como Sinamon había perdido todos los motivos para vivir, la depresión lo llevó a embriagarse y terminó bajo un árbol, en algún sitio, durmiendo su borrachera. Y no lo pudieron encontrar. En su defecto, los iracundos pobladores se desquitaron con la embarcación : la agujerearon con hachas y picos y posteriormente la empujaron hacia la ensenada. Fue de esa manera que aquel armatoste se fue a pique. Pero corrieron con tan mala suerte que la nave, apoyada en un banco de arena, nunca terminó de hundirse y parte del mástil permaneció a la vista como símbolo vergonzoso de una aventura que jamás había comenzado.
Para colmo de males, Sinamon debió pedir prestado algún dinero para pagar un entrenamiento de buceo submarino, porque había olvidado su billetera dentro del arca.