Hombre. Soy de la quinta de 1961, en los sesenta veía Star Trek en la televisión. Mi padre me llevó al estreno de 2001 en Madrid en 1968, con lo cual mis cuadernos escolares se llenaron de dibujos de la nave Discovery.
Mi padre era un lector ávido de ciencia ficción y lo era desde los años cincuenta. Desde 1971, más o menos, empecé a devorar todos los libros que pude y sí, tenía a mi disposición los libros de mi padre (los que se compraba en español), la revista Nueva Dimensión y los fanzines de los setenta, según fueron apareciendo a lo largo de la época.
Así yo llevaba leída mucha, mucha ciencia ficción en 1977.
Una de las cosas que me diferenciaron de mi padre fue mi querencia por la literatura llamada de terror y la de fantasía. A mi padre la primera no le gustaba ("lo macabro ma'cabrea", decía) y con relación al fantástico lo que más (casi lo único que) le gustaba era Tolkien aunque también le divertían las historias de Espada y Brujería. Así, yo me leí todos los libros de Conan en la edición de Bruguera, con unos trece años de edad si la memoria no me traiciona. Luego, hay cosas que no sabes bien dónde ubicar, como los libros de Michael Moorcock, que a mi padre le fascinaban, pese a que él era muy "clásico" y se había nutrido con Asimov, Heinlein y todos los clásicos.
Así pues, tenía una oferta variada en casa. Mi padre era lector compulsivo, más que yo.
Otra de las cosas que nos hicieron divergir fue mi gran aprecio por Stanislas Lem, autor que nunca le gustó demasiado.
Entre medias yo volé por mi cuenta: Kafka, Calvino, Mishima, etc.