Uno de esos días.
Éste era solamente uno de esos días. Uno de esos días en los que el tipo sale de la cama y sabe que algo le va a pasar. Uno de esos días en los que el espíritu flaquea y las piernas tiemblan. Uno de esos días en los que el tipo siente que no tiene nada asegurado. Realmente sabe que si se mueve, podría no sobrevivir. La certidumbre de la existencia se transforma de ese modo en una niebla difusa. Éste era uno de esos días en los que el futuro no se ve ahí adelante, donde debería estar.
Y así y todo, el tipo va hasta el equipo de audio a levantar el brazo con la púa, sabiendo que va a morir. Y sabiendo que va a morir (y no le importa), baja el brazo con la púa arriba del primer surco del disco, esperando su final. No se sorprende cuando, despertado por el golpe del filo de diamante contra el vinilo, el fantasma de Steven Wilson se levanta hasta la cintura desde la negra superficie y le dispara a la cabeza un acorde mortal, matándolo de inmediato.
Y no le importó morir.
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