El ave del paraíso.
La elipse de cristal viajaba lentamente en el espacio, abriéndose paso entre las estrellas.
En su interior, el único tripulante de la nave descansa en un sillón quirúrgico. Los inductores de sueño que lleva adheridos al cráneo y las vías en los brazos depurando su sangre le aseguran la supervivencia a medida que transcurren las décadas.
El astronauta está destinado a una tarea final superior y sublime.
Mientras la misión no concluye, recorre mentalmente todas sus memorias desde el día en que nació hasta el presente, en un ciclo continuo que lo protege contra la locura de la soledad.
Durante una tarde de verano en su niñez, observando el horizonte, sorpresivamente vió surgir un destello explosivo y fulgurante. La luz creció rápidamente, acercándose a enorme velocidad, tomando la forma de un ave gigantesca que brillaba como el oro.
El pájaro desplegó sus doradas y magníficas alas abrazando totalmente a la nave, mientras lo miraba directo a los ojos. Y comenzó a destrozar el cristal, golpeándolo repetidamente con el pico.
El hombre arrancó con desesperación los cables que lo encadenaban a la máquina y se liberó de las ataduras, saltando del asiento. El ave había logrado perforar la estructura y ya estaba muy cerca.
Por fin podría cumplir su misión. Con las exiguas fuerzas que le quedaban, intentó desprender los últimos trozos de cristal que lo separaban del oscuro vacío. Al extender las manos, el ave lo recibió sobre su denso y deslumbrante plumaje.
Una increíble sensación de libertad lo sacudió profundamente. El pájaro se alejó de la fracturada nave planeando con suavidad, conduciéndolo hacia lejanos dominios. El viaje más anhelado de su existencia se hacía realidad.
Y entonces la Humanidad podría ver, a través de sus ojos y sus sentidos, un lugar único e inalcanzable.
Un lugar que solamente existe en las leyendas, más allá de cualquier comprensión racional. Un sitio en el cosmos al que la Humanidad llama El Paraíso.