Feliz muerte!
En un país muy pequeño, totalmente ignorado por el resto del mundo, viven unos 6.000 habitantes y todos ellos son viejos. Ninguna de las personas que residen allí tiene menos de 76 años.
Las causas no están demasiado claras, pero la realidad es indesmentible.
Debido a que la expectativa de vida es de unos pocos años a partir de ese límite, que ya todos han cruzado, las relaciones personales son muy tranquilas y afables. Los ancianos saben que no vivirán mucho más y por eso mantienen una fraternal convivencia.
En ese lugar no existen confrontaciones ni problemas. Los buenos deseos abundan y, cada vez que tienen oportunidad, los septuagenarios y octogenarios así se manifiestan : cuando hay fiestas, cumpleaños o reuniones de amigos, los invitados se despiden deseándose, recíprocamente, ¨una muerte feliz¨.
Sus aspiraciones no implican el hacerse ricos, tener fama o realizar viajes a tierras exóticas. Lo que esperan es que una muerte sin sufrimiento termine con su existencia. ¨Que tengas una muerte feliz!¨, ¨¡También tú!¨.
En ese estado de cosas, durante una tarde de abril, apareció un niño.
Las viejas comentaban ¨No puede ser¨, ¨¿De dónde vino?¨ ¨Ésto no es normal¨, ¨¡Santo Dios!¨.
Los viejos también estaban desconcertados. ¨¿Qué haremos con él?¨, ¨¿Quién le dará de comer?¨.
El comisario del país, un anciano muy anciano, puso a prueba su experiencia : se infundió coraje a sí mismo y fue en busca del recién llegado. Cuando evaluó que no había otra opción, le pidió que lo acompañara a la comisaría.
Una vez sentados frente a frente, con la mesa entre ambos, comenzó a interrogarlo.
_ ¨¿Cómo te llamas?¨
_ ¨Dos más dos son cuatro¨.
¨Qué extraño¨, pensó el viejo.
_ ¨¿De dónde vienes?¨
_ ¨Cuatro y dos son seis¨.
Comprendiendo que estaba por perder la cuenta, el anciano comisario tomó una hoja de papel y comenzó a anotar.
_ ¨¿Tienes padres?¨
_ ¨Seis y dos son ocho, y ocho, dieciséis¨.
_ ¨Pero algo tienes que saber ...¨ dijo sin perder de vista el papel y las notas.
_ ¨Dieciséis y dos son dieciocho, y dieciocho, treinta y seis¨.
_ ¨Estoy confundido ..., ¿se trata de algún código?¨
_ ¨Treinta y seis y dos son treinta y ocho, y treinta y ocho, setenta y seis¨.
Levantando los ojos de las sumas que había escrito, observó a quien tenía delante suyo :
_ ¨Perdón ... ¿no vio salir de aquí a un niño?¨
_ ¨No, no vi salir a nadie¨, contestó el otro viejo.
_ ¨Pero estaba sentado ahí¨.
_ ¨No sé ... yo estaba aquí y no vi salir a nadie¨.
El comisario se encontraba realmente desorientado.
El extraño miró la hoja con cifras y preguntó :
_ ¨¿Qué son esos números?¨
_¨No tengo idea ...¨
El viejo comisario parecía haber perdido la razón.
El otro anciano echó una mirada a su alrededor y dijo :
_ ¨¿No le parece que deberíamos ir a la cantina a tomar un buen trago? Luego me explica para qué me llamó. No me acuerdo.¨
Después de un par de horas de amena conversación sobre ninguna cosa, se saludaron cordialmente. Antes de separarse, uno de ellos exclamó :
_ ¨¡Ah! ... ¡Feliz muerte!¨.